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COVID-19 y adultos mayores: “El virus se ha propagado como fuego en los asilos de ancianos”

Clockwise from top left: Dr. Charlene Harrington, gerontologist and professor of sociology and nursing at the University of California San Francisco; Dr. Farida Sohrabji, Associate Department Chair, Department of Neuroscience and Experimental Therapeutics, Texas A&M College of Medicine; Erika Hartman, Chief Program Officer for the Downtown Women’s Center in Los Angeles; and Dr. Fernando Torres-Gil, Director, Center for Policy Research on Aging, UCLA Luskin School of Public Affairs.

Also available in English.

Expertos advierten a personas con familiares en ancianatos, que en lo posible los cuiden en sus propios hogares durante la pandemia.

Por: Jenny Manrique

Aunque solo el 0.6 por ciento de la población estadounidense vive en asilos de ancianos, la pandemia del COVID-19 ha causado 43,000 muertes y 210,000 contagios en estos centros de cuidado, lo que equivale al 40% de todos los fallecimientos relacionados con el coronavirus.

La alarmante estadística fue compartida por la doctora Charlene Harrington, gerontóloga y profesora de sociología y enfermería de la Universidad de California con sede en San Francisco (UCSF), durante un panel organizado por Ethnic Media Services para analizar por qué los estadounidenses mayores muestran las tasas de mortalidad más altas por COVID-19.

“El virus se ha propagado como fuego en los asilos de ancianos”, dijo Harrington. “El 50% de los residentes es asintomático y eso ha sido el peor escenario para que pacientes y personal se contagien del virus”.

En los últimos 20 años los asilos han tenido “serios problemas” de calidad en el cuidado de los pacientes, y aún antes de que el virus llegara, 75% de ellos ya presentaban falencias en el personal de enfermería registrado y el 63% registraba violaciones de control de infecciones, explicó Harrington. Como si fuera poco hoy el 70% de estos ancianatos tiene fines de lucro, lo que se traduce en reducción de personal, bajos salarios, ausencia de seguros de salud o de licencias remuneradas en caso de enfermedad.

“Las enfermeras hacen parte de grupos minoritarios en alto riesgo (de COVID) por la falta de pruebas, tapabocas, batas o el equipo de protección personal (PPE en inglés),” añadió Harrington. “Como viven en escenarios de pobreza, reciben cupones de alimentos y tienen varios trabajos, no se van a quedar en casa si están enfermas.” 

Este panorama explica en parte los datos que los Centros para el Control de Enfermedades (CDC en inglés) han recogido con respecto a quienes son las víctimas que deja la pandemia: 8 de cada 10 muertos son adultos mayores de 65 años y el 70 por ciento de las hospitalizaciones por COVID-19 son de personas mayores de 85 años.

20 estados en el país, incluido Nueva York, han otorgado inmunidades a personal de salud que trabajo en asilos y otros centros de cuidado, lo que significa que no son civilmente responsables por las muertes sucedidas en estos establecimientos. Esto según Harrington solo excusa la “negligencia” de quien los administra pues podrían estar haciendo “un mejor trabajo” reportando adecuadamente infecciones y muertes y haciendo más pruebas.

“Si alguien tiene un familiar en un asilo, llevarlo a su casa es lo mejor que puede hacer,” recomendó Harrington. 

Aislamiento y depresión

Las restricciones de visita e imposibilidades de comunicación con los familiares mayores, puede contribuir al desarrollo de enfermedades mentales. 

Varios estudios científicos han demostrado que el aislamiento social, impuesto durante la cuarentena, contribuye a  aumentar las enfermedades cardiovasculares, los ataques cardíacos y los derrames cerebrales, así como los síntomas de las enfermedades autoinmunes. En el área de la salud mental, la depresión y la ansiedad se pueden exacerbar con el encierro. 

“El impacto puede ser bastante devastador en muchos sentidos,” dijo la doctora Farida Sohrabji, jefa interina del Departamento de Neurociencia y Terapéutica Experimental de la Escuela de Medicina de Texas A&M.

“Está la preocupación por la forma que la enfermedad pueda tomar, y la posibilidad de infectar a otros”, explicó Sohrabji. “Y luego la depresión causada por el virus mismo. Hay una gran variedad de afecciones mentales que incluyen cambios cognitivos y de memoria. Las personas se sienten abrumadas”.

Tras estudiar los sucesos de pandemias anteriores como SARS (Síndrome respiratorio agudo grave) y MERS (Síndrome respiratorio de oriente medio), los expertos han encontrado que los individuos que fueron sujetos al aislamiento social, presentaron altos índices de ansiedad y depresión. Al incrementar los niveles de cortisol, la hormona del estrés, se debilita el sistema inmunológico y aumenta el riesgo de infección, lo que pone a los adultos mayores en una gran desventaja, dijo Sohrabji. 

Con una adecuada nutrición, hidratación, ejercicio y rutinas, estos efectos pueden ser contrarrestados en el aislamiento, recomendó la experta. 

Sin hogar 

Aún cuando la situación en los asilos es preocupante, el espacio donde las poblaciones adultas son más vulnerables es la calle. Desde el comienzo de la pandemia ha habido un aumento del 20 por ciento en el número de adultos mayores sin hogar, siendo las mujeres de color mayores de 65 años las mas afectadas, pues sus tasas de pobreza casi duplican las de las mujeres blancas.

La cifra la compartió Erika Hartman, directora de programas del Centro de Mujeres de Los Ángeles, al enfatizar que la esperanza de vida de una mujer se reduce drásticamente una vez que se queda sin refugio: en condiciones normales una mujer vive hasta los 83 años, mientras en la calle el promedio es de 48 años.

“Antes de la crisis de salud pública, ya veíamos la imposibilidad para esta población de refugiarse en algún lugar”, dijo Hatman. “Ahora están congregadas en centros de cuidado, sin poder mantener la distancia social apropiada o acceso a recursos como PPE al mismo nivel que hospitales o primeros respondedores”.

Hartman también destacó cómo la pandemia ha exacerbado los casos de violencia doméstica que mandan a más mujeres a buscar refugio fuera de casa, y cómo levantar la moratoria de renta que se impuso para aquellas que quedaron desempleadas, puede generar más desplazamiento urbano. 

“Las mujeres han sido impactadas desproporcionadamente por el desempleo y por bajos salarios, así que estamos muy preocupadas por los impactos de la moratoria”, dijo.

Vejez y discapacidad

Y es que la necesidad de cambios en la política pública frente a los adultos mayores se ha exacerbado con el virus. Las disparidades sociales y económicas han puesto a poblaciones en mayor riesgo dependiendo de su edad, raza, y hasta código postal.

Según el doctor Fernando Torres-Gil, director del Centro de Investigación de Políticas sobre el Envejecimiento de la escuela de Asuntos Públicos Luskin de la Universidad de los Ángeles (UCLA), “necesitamos un cambio de paradigma sobre cómo abordamos el tema de la atención institucional”.

Torres-Gil contó que al inicio de la pandemia, varios hospitales decidieron repartir recursos como ventiladores a personas jóvenes con mayor expectativa de vida, discriminando así a ancianos, discapacitados y aquellos con enfermedades preexistentes. “Necesitamos enfocarnos en estas disparidades tan tremendas y desarrollar nuevos estándares de atención, para que en el potencial resurgimiento del virus, no haya discriminacion basada en edad y discapacidad”, dijo el experto, quien forma parte del comité asesor del Plan Maestro para el envejecimiento del gobernador de California, Gavin Newsom.

El Plan incluye trabajar de cerca con legisladores para que a pesar de los recortes económicos en los servicios de apoyo a domicilio, guardería para adultos, o programas contra el Alzheimer, haya una inversión que permita mantener a la gente en sus hogares. 

“Necesitamos un compromiso federal para expandir dramáticamente la atención basada en el hogar y la comunidad, y la educación a poblaciones más jóvenes para que entiendan que ellos también serán viejos algún día y enfrentarán una variedad de limitaciones físicas y discapacidades”, concluyó. 

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