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Tercera ola de COVID-19 puede causar otras 100.000 muertes en Estados Unidos

Clockwise from top left: Dr. Ashish K. Jha, Dean, Brown University School of Public Health; Dr. William Schaffner, Professor of Preventive Medicine, Department of Health Policy and Professor of Medicine, Division of Infectious Diseases, Vanderbilt University School of Medicine; Dr. Tung Nguyen, Stephen J. McPhee, MD Endowed Chair in General Internal Medicine, Professor of Medicine, University of California, San Francisco; Dr. Nirav R. Shah, Senior Scholar, Stanford University Clinical Excellence Research Center

A pesar de las buenas noticias sobre el desarrollo de una vacuna contra la COVID-19, la falta de una política nacional coherente sobre el uso de máscaras ha hecho que el virus se expanda a un ritmo desenfrenado. Ya van un cuarto de millón de muertes en el país. 

Por: Jenny Manrique

La tercera ola de la pandemia del coronavirus ha disparado las tasas de infección en Estados Unidos a tal ritmo, que si no se establecen políticas como el uso de máscaras obligatorio nacional, pueden haber otras 100,000 muertes antes de la inauguración del presidente electo Joe Biden. 

El fatal diagnóstico lo hizo el Dr. Ashish Jha, decano de la escuela de salud pública de Brown University, durante una conferencia organizada por Ethnic Media Services. Para el experto es “inconcebible” como cuando estamos cerca de tener la pandemia bajo control gracias al extraordinario avance de las vacunas ofrecidas por dos laboratorios, Pfizer y Moderna, “pareciera que nos estamos rindiendo en el último minuto cuando hay tanto sufrimiento en juego que podemos prevenir”.

Jha cree que incluso el escandaloso número de 100,000 infecciones diarias puede ser modesto porque debido a “pruebas inadecuadas, estamos perdiendo la posibilidad de detectar casi tres cuartos del total de infecciones”. A este ritmo, de las 1,000 muertes al día que se cuentan en el país, es posible que lleguemos a 2,000 en cuestión de semanas. 

“Desde que el Dr. Scott Atlas se puso al frente del grupo de trabajo COVID-19, su estrategia se basa en la creencia de que Estados Unidos estará mejor si dejamos correr el virus (la llamada inmunidad de rebaño), algo que no está basado en la ciencia”.

Eso sumado a hechos como que un segundo paquete de estímulo está varado en el congreso, los estados no tienen una política clara sobre la apertura de comercios o escuelas y los individuos han bajado la guardia en sus medidas de prevención debido a la fatiga del virus, hace de la situación un cóctel explosivo. La llegada del invierno, que limita las actividades al aire libre que son menos riesgosas, y los feriados de fin de año en que las familias quieren estar juntas, contribuyen a la predicción sobre el alza en contagios. 

“Biden ha estado comprometido activamente en promover el uso de máscaras, y yo le recomiendo que haga un viaje por los estados rojos para convencer a la gente de porqué esto es bueno para todos”, insistió Jha. 

Biden recientemente nombró a Vivek Murthy, ex cirujano general de Estados Unidos y a David Kessler, ex comisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA en inglés) como líderes de su grupo de trabajo contra la COVID-19. Ambos han sido entusiastas promotores del distanciamiento social y el uso de máscaras. Murthy descartó un cierre de emergencia nacional y propuso en cambio restringir puntos de acceso a ciertos códigos postales con altas infecciones, en donde tradicionalmente viven las comunidades étnicas.  

Biden también tendrá que presionar al Congreso para que un segundo paquete de estímulo  permita darle dinero a los estados para implementar más pruebas y por otro lado, deberá darle una señal a los fabricantes de pruebas sobre una decisión federal de aumentar el testeo, observó Jha.

Los especialistas coinciden en que aunque los números están en su pico más alto, esta situación era predecible y prevenible. “Como nación estamos dando pasos hacia atrás”, aseveró el Dr. Nirav Shah, profesor adjunto de medicina en la división de atención primaria y salud de la población de la Universidad de Stanford.

“Hay un fallo de liderazgo en múltiples niveles. Algunos fondos del Care Act están llegando a los estados pero no sabemos en qué los están gastando y la confianza en la ciencia es históricamente baja”, dijo Shah y enfatizó que la solución es repetir un mensaje unificado, fuerte y basado en datos para recuperar esa confianza.   

“Desde marzo sabemos que la prevención está en evitar reuniones masivas como bodas, usar una máscara, lavarse las manos y practicar auto-cuarentena si alguien ha estado expuesto al virus… Solo vamos a volver a la vida normal con una estrategia de múltiple de pruebas, seguimiento de contactos, y una voz a cargo de la comunicación federal… la sola vacuna no nos va a sacar de esto y alcanzará a toda la población apenas hasta 2022”, observó Shah.

Las vacunas de Pfizer y Moderna

Los alentadores resultados del ensayo de la última etapa de las vacunas contra la COVID-19 de Pfizer y Moderna, que arrojaron 90% y 94.5% de efectividad respectivamente, han sido recibidos con optimismo entre la comunidad científica. 

Pero la distribución no deja de ser un reto complicado, dijo el Dr. William Schaffner, profesor de medicina en la división de enfermedades infecciosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Vanderbilt.

“El hecho de que estas vacunas son muy frágiles y necesitan mantenerse muy frías durante su envío y manipulación, (a -8°C en el caso de Pfizer) y que solo se pueden administrar en una ubicación específica con personas totalmente capacitadas para ello, no en la farmacia local ni en un consultorio médico, hace que su distribución sea complicada”, aseguró Schaffner. 

Las vacunas deben aplicarse de manera escalonada empezando por los trabajadores de la salud que cuidan de pacientes severos de COVID-19 en hospitales y hogares de ancianos, comunidades en alto riesgo, trabajadores esenciales y luego sí el resto de la población. Llegar a pequeños centros de salud en áreas rurales y lidiar con efectos secundarios como “brazos muy adoloridos, malestar, algún grado de fiebre o dolor de cabeza”, puede resultar “en una logística difícil”.

“Cualquier reacción del sistema inmunológico trabajando en la protección contra el virus es predecible y va a requerir que no nos vacunemos todos al tiempo”, añadió Schaffner.

El hecho de que no hay vacunas 100% efectivas también va a requerir que la gente continúe practicando distanciamiento social, uso de máscara y evite reunirse en grupos grandes por un largo periodo de tiempo porque según lo explicó Shaffner, en ese 10% de inefectividad “habrá individuos que seguirán siendo vulnerables pero también aparecerán otras vacunas en el camino”.

El otro desafío es la distribución de la vacuna entre la poblaciones más vulnerables no solo por su falta de seguro médico (el Dr. Shaffner cree que el gobierno federal debe facilitar su acceso gratuito),  sino por su histórica desconfianza en las farmacéuticas después de haber sido objeto en el pasado de ensayos poco éticos. 

“El escepticismo y la renuencia en comunidades étnicas es muy fuerte y solo se resolverá si encontramos mensajeros de confianza que luzcan como ellos: líderes religiosos, civiles y comunitarios”, agregó Shaffner.

“Ahora que la elección se acabó es hora de poner al asunto de salud pública en primer plano y seremos más exitosos si nos basamos en la ciencia”, concluyó.  

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