Wednesday, December 18, 2024
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    ¿Cómo construir un futuro más equitativo después del COVID-19?

    Clockwise from top left: Constance ‘Connie Rice, co-founder and co-director of the Advancement Project; Marina Gorbis, Executive Director of the Institute for the Future; Dr. Manuel Pastor, Professor of Sociology and American Studies and Ethnicity at the University of Southern California’ and Dr. Tung Nguyen, Professor in the Health Division of General Internal Medicine at the University of California, San Francisco.

    No habrá normalidad aún cuando haya control de la pandemia, pero los movimientos sociales están empujando cambios que imaginan una sociedad estadounidense menos racista.

    Por: Jenny Manrique

    Una generación de gente joven blanca se ha tomado las calles en el medio de una pandemia para protestar no solo por la muerte del afroamericano George Floyd a manos de la policía, sino por el racismo estructural y todo tipo de inequidades en la sociedad estadounidense. El hashtag #LasVidasdelosNegrosImportan, se ha convertido en un movimiento internacional, y los llamados a reducir recursos para la policía e invertirlos en programas sociales de salud mental y apoyo comunitario, tienen fuerte eco en varios sectores políticos federales y locales.

    ¿Simboliza todo esto un cambio de timón en las relaciones raciales de Estados Unidos? De acuerdo con expertos convocados en una conferencia de prensa por Ethnic Media Services, el nuevo escenario significa al menos una nueva oportunidad.

    “Todos los líderes de derechos civiles reconocen que hay un despertar en Estados Unidos”, dijo Connie Rice, abogada activista de derechos civiles y co-directora del Advancement Project California. “Hay una enorme fluctuación en medio del caos, los jóvenes manifestantes en todo el mundo han movido una placa tectónica, del nivel de un tsunami, pero no sabemos cómo la política va a jugar en todo esto”.

    Para Rice los blancos de Estados Unidos deberían estar preguntándose “cuánto racismo están dispuestos a tolerar y perdonar”. En este contexto, las elecciones presidenciales de noviembre serán la gran prueba para saber “si ellos deciden ir con los nacionalistas blancos o el futuro, que es una democracia multiracial”.

    Y es que la tormenta de crisis que enfrenta el país desde la llegada del COVID19, solo ha exacerbado la realidad de las disparidades étnicas en el acceso a la salud, la educación y el trabajo. Un reciente informe del centro de pensamiento Brookings confirmó que las tasas de mortalidad por el coronavirus de la poblacion entre 35 y 44 años son 10 veces mas altas para los negros y ocho veces mas altas para los latinos al compararlas con los blancos.

    “Nos hemos acercado a las políticas de salud pública por el camino equivocado”, aseguró el Dr. Tung Nguyen, profesor de la División de Salud de Medicina Interna General de la Universidad de California en San Francisco (USCF). “Ajustamos los modelos de salud a la persona promedio predeterminada que es blanca, habla inglés, trabaja y está bien educada, y solo después evaluamos las disparidades. Hemos construido nuestro sistema sobre el principio racista de lo que funciona para los blancos”.

    Este modelo se hace obsoleto porque en el año 2045, los blancos no hispanos ya no serán la mayoría, y en palabras del Dr. Nguyen no hay atención médica, ni calidad de salud sin igualdad. “Las disparidades deben abordarse primero y luego la calidad aumentará”.

    Trabajo cívico esencial

    Los trabajadores esenciales que están moviendo la economía desde la base son mayormente latinos y negros, y al no tener un colchón económico para quedarse en casa durante la pandemia, han sido los más afectados por el virus.

    La brecha racial de la riqueza y la precariedad del mercado laboral se resumen en una cifra: una familia blanca gana en promedio US$170,000 al año, mientras el ingreso de una familia latina o afroamericana es de entre US$18,000 y US$21,000 al año.

    “El concepto de quién hace el trabajo esencial ahora está en el centro del debate y no son los banqueros de Wall Street quienes lo están haciendo”, dijo Marina Gorbis, directora ejecutiva del Instituto para el Futuro (IFTF), una ong sin ánimo de lucro con sede en Silicon Valley.

    “¿Los estamos compensando bien (a los trabajadores esenciales), les es suficiente para mantenerse?(…) La inequidad en el acceso a bienes es increíble. Deberíamos pensarlo como un derecho que nos permita vivir una vida decente a todos”.

    Hace 10 años Gorbis exploró en su libro “La naturaleza del futuro” la promesa de la tecnología de construir una sociedad más colaborativa. Pero el poder que adquirieron gigantes tecnológicos como Amazon y Facebook, puso la tecnología al servicio de “economías feudales digitales” y la promesa de interconexión global democrática quedó reducida a consumidores que son “productos del mercado” y a un sector que es “un modelo de negocio”.

    “Silicon Valley se nutre de este concepto del héroe emprendedor”, subrayó Gorbis, “aquel con un gran coeficiente intelectual, inteligencia, que casi que desde su nacimiento, se merece estas recompensas externas. Necesitamos desacreditar este concepto de individualismo resistente”.

    En lo que Gorbis se muestra optimista es en lo que llamó “el trabajo cívico esencial” que la gente con tiempo libre en sus manos debido al encierro y al desempleo, ha venido haciendo: protestas, demostraciones, participaciones en las audiencias de cabildos y en las discusiones públicas.

    “Ojalá este proceso que ha encendido el cambio, sirva para repensar los pilares económicos que han contribuido al maltrato a los trabajadores”, observó.

    “Un periodo brutal”

    Para Manuel Pastor, profesor de sociología y estudios étnicos de la Universidad del Sur de California (USC), la crisis del COVID19 ha revelado “la enfermedad fundamental” de nuestra sociedad.

    “Hemos tenido un velo sobre la vulnerabilidad y la marginación de sectores que están siendo capaces de hablar por sí mismos (…) la gente en la comunidad blanca ha empezado a reconocer que ha sido un periodo brutal para la gente de color”, agregó.

    Para Pastor, durante la administración de Donald Trump ha habido un crecimiento de “movimientos sociales muy sofisticados”: el movimiento de los soñadores, que puso el asunto de los jóvenes indocumentados en la esfera pública, la pelea por el salario mínimo de US$15 la hora y el movimiento Black Lives Matter, “todos con una premisa única y valiosa”.

    El reciente fallo de la Corte Suprema que mantiene viva a DACA (la Acción diferida para los niños llegados en la Infancia) terminó momentáneamente con el sufrimiento de casi 700,000 jóvenes que tuvieron sus vidas en suspenso desde hace casi tres años cuando Trump decidió suspender el programa. Encuestas recientes muestran que un 74% de los estadounidenses está de acuerdo con que DACA sea una medida permanente.

    “Somos una sociedad multicultural que no está perfectamente capturada en la narrativa negros-blancos”, dijo Pastor. “Poner atencion a asuntos enraizados en la historia estadounidense como el despojo de tierras a los nativo americanos y la esclavitud de los negros, es totalmente consistente con ponerle atencion a los soñadores que son en un 93% latinos”.

    De gladiadores a guardianes

    Y es que a todas estas minorías las une la opresión del estado, principalmente en manos de la Policía. Por eso los llamados a reducir los recursos a esta institución se han hecho virales, como también las peticiones por promover un sistema de seguridad en asocio con la comunidad.

    “Hay que cambiar la mision de la Policía, que hoy es asegurarse de que los negros no salgan del gueto, que los latinos se queden en el barrio, y que los nativos americanos se queden en su territorio” dijo Rice del Advancement Project California.

    “Allí hay una cultura tóxica que no se reduce a unas manzanas podridas, a los policías se les ha enseñado a ser esos guerreros agresivos que persiguen y destruyen, una política que solo contribuye al sistema de encarcelación masiva”, agregó.

    Solo el 5% de las llamadas que recibe la Policía involucran una violacion, un robo o un asesinato y aun así desarmar a estos cuerpos de seguridad no es lo que los manifestantes piden. “Necesitamos seguridad para los más pobres en zonas donde hay alto nivel de crimen”, dijo Rice. Pero para ello “no es suficiente cambiar las técnicas o darles entrenamiento (a los agentes) sobre la imparcialidad. Hay que cambiar esa cultura guerrera de la impunidad. Que dejen de ser gladiadores y se conviertan en guardianes”, concluyó.

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