From left to right: Dr. Anthony LeRoy Westerling, Professor of Management of Complex Systems, UC Merced; Dr. Rajendra Shende, Chairman of TERRE Policy Centre and former director of the United Nations Environmental Program; Dr. Robert Bullard, Distinguished Professor of Urban Planning and Environmental Policy at Texas Southern University
En las zonas con alto nivel de contaminación ambiental, los chances de morir por COVID-19 aumentan en un 15%. Y allí es donde viven latinos, negros e indígenas.
Por: Jenny Manrique
Los toques de queda impuestos en la mayoría de los estados del país por la llegada del COVID-19, pasaron por alto la realidad de quienes enfrentan los efectos más devastadores del cambio climático: viviendas en riesgo permanente de inundación, en zonas susceptibles a huracanes o a la temporada de incendios.
En comunidades como Lake Charles en Mossville, Louisiana; Porter, en Montgomery County, Texas; Mobile in Alabama, and Redwood Cir in Pensacola, Florida, sus habitantes, en una inmensa mayoría de razas diferente a la blanca, no han podido refugiarse en sus casas porque década tras década han tenido que vivir con el agua entre sus pertenencias.
“La respuesta de FEMA (la agencia federal para el manejo de emergencias) durante COVID-19 ha sido tan desastrosa como en los últimos 25-30 años: demoras en atender las inundaciones o distribuir los recursos para los más vulnerables”, dijo Robert Bullard, profesor distinguido de planificación urbana y política ambiental en Texas Southern University, durante una conferencia organizada por Ethnic Media Services.
“Las mismas áreas del sur donde vivimos la esclavitud y la segregación, son las que ahora tienen que pelear por la justicia ambiental… allí no hay infraestructura, servicios de drenaje, espacios verdes, o vivienda asequible. Son las áreas con más polución y más desprotegidas por la ley”, dijo Bullard, quien es conocido como el “padre de la justicia ambiental” y es autor de 18 libros.
El experto explicó que en situaciones de emergencia, FEMA usa un análisis de costo-beneficio que “sigue reproduciendo las desigualdades” al destinar recursos para reconstruir las zonas más opulentas dejando sin protección climática a las más pobres que quedan expuestas a los desastres una y otra vez.
Y por las prácticas discriminatorias en políticas de vivienda, las comunidades étnicas son las que viven en áreas metropolitanas donde se ha violado la Ley de Aire Limpio, o en vecindarios donde no solo la segregación y la polución persisten, sino que las temperaturas han aumentado entre 15 y 20 grados con el calentamiento global, explicó Bullard.
Un reciente estudio de Harvard University indicó que en las zonas con alto nivel de contaminantes ambientales, los chances de morir por COVID-19 aumentan en un 15%.
Esto es porque la contaminación del aire puede causar problemas de salud, como ataques cardíacos, derrames cerebrales, diabetes y presión arterial alta, que se han identificado como afecciones médicas preexistentes que aumentan las posibilidades de muerte por coronavirus.
Y en 2018, la Agencia de Protección Ambiental (EPA por sus siglas en inglés) encontró que en 46 estados del país, la gente de comunidades étnicas respira un 38% de aire más contaminado que la gente blanca y que la mayoría de las 200,000 muertes tempranas que la polución causa, es de indigenas, negros y latinos. Los afroamericanos tienen tres veces más el riesgo de morir de asma que los blancos y en el caso de los niños esa diferencia se acrecienta 10 veces.
“Estados Unidos va a perder cerca del 6% de su producto interno bruto por el cambio climático pero en los estados del sur, donde ese impacto es mayor, esa pérdida será del 20%”, continuó Bullard.
Incendios forestales serán la norma
El ejemplo más reciente de este desastre ambiental es la temporada de incendios en California, Oregon y Washington que ya deja pérdidas por cientos de billones de dólares. Según Anthony LeRoy Westerling, profesor de gestión de sistemas complejos, en la Universidad de California con sede en Merced, dentro de 30 años “los incendios forestales estacionales severos en California serán la norma”.
Su afirmación se basa en una evaluación de los fenómenos climáticos de los últimos 15 años en California, a través de cien millones de mapas que simulan incendios y permiten predecir resultados teniendo en cuenta factores como el crecimiento de la población, la huella de carbono y el manejo de combustibles.
“Es algo altamente preocupante si miramos los impactos económicos, psicológicos y en la salud pública”, agregó Westerling reconociendo que si bien el mayor agravante de la situación es el cambio climático también han contribuido décadas de una gestión deficiente de la tierra y de la extinción de incendios.
Para el experto este fenómeno no se detendrá pero lo único que se puede hacer para desacelerar su avance es reducir las emisiones de carbono a cero y luego a negativas, administrar las tierras de California de manera más intensiva para reducir su vulnerabilidad a los incendios, y prohibir la construcción de viviendas en tierras salvajes.
Al referirse a la culpa que el presidente Donald Trump ha endilgado a una mala gestión forestal local como causa de los incendios, Wrestling destacó la ironía de que el gobierno federal sea el dueño de la mayoría de los bosques de California, y aun así no haya asumido su parte de responsabilidad.
“Esta administración está completamente divorciada de la ciencia. No les interesa escuchar las conclusiones científicas sobre el fuego y el cambio climático ”, afirmó.
Desastres en 2030
El pasado enero fue declarado como el mes más caliente en la historia global según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA en inglés). Expertos del programa ambiental de las Naciones Unidas han dicho que para 2030 las emisiones de carbono se deben reducir en un 30% para cumplir la meta de llegar a cero en 2075.
Pero si no hay una acción colectiva y cada país sigue implementando políticas tímidas, la temperatura de la tierra subirá en 3 grados celsius “y nos enfrentaremos a un desastre sin precedentes en 2030”, advirtió Rajendra Shende, presidente del centro de política TERRE con sede en Pune, India. “La sexta extinción no parece tan lejana. El mundo está en medio de dos desastres: una crisis de salud y el cambio climático”.
Shende, quien junto a un puñado de científicos compartió el Premio Nobel de la Paz con Al Gore en 2007, resaltó que si bien con COVID-19 no hubo alerta temprana, la naturaleza ya ha dado todas las alertas. “Los ricos tienen un amortiguador para absorber los impactos“, del desastre ambiental, dijo Shende. “Pero el impacto desproporcionado entre los pobres, continuará”.
El experto espera que en el futuro Estados Unidos vuelva al Acuerdo de París, del que Trump salió, pues considera que el país perderá las ventajas de los desarrollos tecnológicos de las energías renovables, que harán a ciertos negocios obsoletos.