Wednesday, December 18, 2024
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    Falta de una política federal agrava los desafíos en la distribución de la vacuna contra la COVID-19

    From left to right: Dr. William Schaffner, Professor of Preventive Medicine in the Department of Health Policy and Professor of Medicine in the Division of Infectious Diseases at the Vanderbilt University School of Medicine; Robert M. Wachter, MD, Professor and Chair of the Department of Medicine at the University of California, San Francisco

    Se espera que la administración Biden desarrolle una estrategia nacional que permita ampliar la distribución a medida que se desarrollen más dosis.

    Por: Jenny Manrique

    A pesar de que se esperaba que 20 millones de dosis de las vacunas Pfizer y Moderna contra la COVID-19 llegaran a igual número de estadounidenses a finales de 2020, según datos de los Centros de Control y prevención de enfermedades (CDC) hasta ahora sólo un poco más de 11 millones de personas han recibido una primera dosis de las dos requeridas para obtener la inmunidad contra el virus.

    A la desconfianza contra la vacuna en varios sectores de la población, se han sumado los desafíos de su distribución: estrictos mecanismos de refrigeración a bajas temperaturas y falta de personal entrenado para hacerlo, confusiones en el envío hacia los estados y en suma una ausencia de una política federal clara sobre su reparto.

    Dos expertos médicos académicos hablaron sobre estos y otros desafíos de la distribución de la vacuna en una conferencia de prensa organizada por Ethnic Media Services: el doctor William Schaffner, profesor de medicina preventiva en la facultad de medicina de la Universidad de Vanderbilt, Nashville, y el doctor Robert M. Wachter, presidente del departamento de medicina de la Universidad de California en San Francisco.

    “Algunos pensaron que esto iba a ser solo otra campaña de vacunación contra la gripe, no se prepararon lo suficiente”, dijo Schaffner, al referirse a las capacidades tecnológicas de grandes centros médicos que poseen refrigeradores adecuados para la vacuna de Pfizer, en comparación con asilos de ancianos y hospitales comunitarios que solo pueden recibir las desarrolladas por Moderna.

    Esto como resultado de la carencia de un plan nacional de distribución que dejó a los estados solos y que en opinión de Wachter, pudo haberse evitado si el congreso hubiera aprobado los 8 mil millones de dólares para su distribución (incluidos en el paquete de estímulo) “hace dos meses cuando supimos que teníamos vacunas y no hace dos semanas”.

    “Atacamos el desarrollo de la vacuna como una emergencia, pero atacamos su distribución como un proceso rutinario con el que tropezamos hasta encontrar la respuesta correcta, y eso no funciona muy bien”, dijo Wachter para quien el hecho de que millones de personas que deberían haber recibido la vacuna a estas alturas no la tengan, “es algo escandaloso”.

    Un análisis de las cifras de vacunación en el país pone a California entre los 10 estados con las tasas más bajas, pues aquí solo se ha repartido el 24% de las dosis recibidas. Wachter sostuvo que si bien esto “no es algo de lo que estar orgulloso”, una de las razones del retraso puede obedecer al resurgimiento de casos en el sur del estado.

    “Las mismas entidades con las que se cuenta para ejecutar grandes y complicados programas de vacunación, atienden a cientos de pacientes realmente enfermos con COVID. Tenemos que hacer ambas cosas al mismo tiempo”, agregó Wachter.

    California espera reclutar un poco más de 2,000 vacunadores en las próximas semanas, entre los que se cuentan dentistas, veterinarios, estudiantes de medicina y enfermería, pero en los mega centros de vacunación se sigue necesitando personal para hacer otras tareas logísticas como registrar gente o hacerles llenar las formas de consentimiento.

    “Todo el sistema requiere un buen número de personas y la disposición de muchos recursos”, añadió Wachter. Si no se resuelve este atraso, tomará más de un año vacunar a toda la población en California.

    No obstante, ambos médicos confían en que el grupo de trabajo de 13 expertos en salud convocado por el presidente electo Joe Biden para guiar su respuesta a la COVID-19, tendrá una “estrategia de comunicación poderosa basada en la ciencia”, y una distribución coordinada nacional, que no sea “una colcha de retazos de políticas estatales”, observó Schaffner.

    Vacuna contra el escepticismo

    En estados como Ohio, el 60% de los trabajadores en hogares de ancianos ha optado por no vacunarse, lo que resulta preocupante ya que estos lugares han sido los mayores focos de muertes por COVID-19.

    “El personal de los hogares de ancianos no está tan entusiasmado como los trabajadores de la salud en grandes centros médicos…Me preocupa la próxima fase en la vamos a salir a zonas rurales con más fuerza y ​​va a haber no solo escepticismo sino resistencias reales”, añadió Schaffner.

    La fundación Kaiser que viene monitoreando la confianza en las vacunas, encontró en su más reciente encuesta que la resistencia es mayor entre los republicanos (42%) y los residentes rurales (35%), mientras el 35% de los adultos negros dice que definitiva o probablemente no se vacunará.

    Esta desconfianza entre poblaciones étnicas donde el impacto de la COVID ha sido desproporcionado, genera un “problema comunitario mayor”, observó Wachter porque significa que “menos individuos en la comunidad estarán protegidos, más gente se enfermará y morirá”. Bajo esa tendencia la comunidad afroamericana seguirá siendo el epicentro de la enfermedad.

    Pero las razones de su escepticismo no son fortuitas: estas comunidades han tenido menos acceso a la atención en salud y han sido objeto de experimentos médicos poco éticos.
    “Necesitamos darles una sensación de seguridad y confianza de que (ponerse la vacuna) es hacer lo correcto”, sostuvo Schaffner.

    Para ello hay que encontrar mensajeros de confianza como líderes religiosos, comunitarios o incluso deportistas. “Esto es parte de la estrategia que Biden tendrá que guiar”, dijo Wachter.

    Otro grupo que preocupa a los expertos son las mujeres jóvenes en edad reproductiva que han demostrado su rechazo a la vacuna por el volumen de mitos sobre la imposibilidad de embarazarse o el miedo a provocar daños congénitos al feto, que se han expandido por las redes sociales sin ninguna validez científica.

    “El colegio estadounidense de obstetras y ginecólogos respalda firmemente (la vacuna)”, explicó Schaffner. “El MNRA (la molécula que permite desarrollar la inmunidad contra el virus) no se acerca a nuestras células ni al ADN humano, ni a las madres de los bebés… este es un proceso seguro y confiable para todas ellas”, aclaró.

    Un modelo de vacunas por lotería

    Wachter sostuvo que aunque reconoce que la equidad en salud es un parámetro importante a seguir, esto es proporcionar la vacuna primero a poblaciones minoritarias altamente afectadas por COVID-19, la complejidad para los vacunadores de determinar quién es un trabajador esencial o quién tiene condiciones preexistentes en un Walmart o un CVS por ejemplo, es un modelo “más complejo de lo que podemos manejar”.

    Él cree que la distribución podría hacerse a través de un sistema de loterías o asignación por grupos, empezando por los adultos mayores de 75 y disminuyendo la edad progresivamente hasta 55. “Si se cubren esos grupos se evitará el 95% de las muertes” porque está demostrado que “en personas más jóvenes, los chances de morir disminuyen”, dijo.

    A medida que las fases de vacunación se amplíen a grupos más grandes, habrá que diseñar programas específicos para asegurarse de que no se esté “descuidando a comunidades” que no tengan acceso a farmacias o que necesiten programas de vacunación “en los colegios, en los gimnasio o (incluso) en parqueaderos”.

    Si no se hace de esta manera “el sistema colapsará”, dijo Wachter al citar el ejemplo de las largas filas de ancianos en Florida de hasta cinco horas para recibir la inmunización.

    Otra sugerencia de Wachter es posponer la aplicación de la segunda dosis para que más personas sean vacunadas ahora, ya que la producción desde las farmacéuticas ha sido más lenta de lo esperado . Los ensayos clínicos de Pfizer y Moderna muestran que 10 días después de la primera dosis, la protección contra el coronavirus alcanza el 15% mientras que en el momento de la segunda inyección, la primera ya tenía una eficacia del 80% al 90% para prevenir los casos de COVID-19.

    “No se trata de dejar las segundas dosis en una bodega y no distribuirlas”, dijo. Pero demorar la segunda dosis por más de 4 semanas es posible y permitirá que más personas reciban sus primeras inyecciones y vayan desarrollando inmunidad.

    Un modesto estudio conducido por Moderna encontró que una buena proporción de sus participantes vacunados no eran más transmisores del virus. Pero tanto Wachter como Schaffner coincidieron en que se necesitan muestras más amplias para concluir determinantemente que ese es el caso. Por lo tanto, recomiendan seguir manteniendo el distanciamiento físico, usar máscaras y lavarse las manos con frecuencia.

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