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La reacción de una nicaragüense tras ganar el título de Miss Universo

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Cuando Miss Nicaragua fue coronada Miss Universo este mes, lloré de la alegría. Sentí que por fin que mi cultura había obtenido el reconocimiento de la gente de todo el mundo.

Pudiera parecer extraño—como joven nicaragüense, ¿por qué los miembros progresistas de mi generación prestarían atención a los concursos de belleza de hoy? Pero el concurso de Miss Universo de este año, celebrado en San Salvador el 18 de noviembre, fue algo más que un triunfo de la belleza. Para muchos espectadores, fue una de las pocas presentaciones modernas positivas de estas culturas que no se centró en la dictadura, la pobreza o el crimen.

De hecho, cuando Sheynnis Palacios ganó el concurso como Miss Nicaragua, vi que incluso hombres que yo conocía y hombres en las redes sociales, no sólo estaban viendo la competencia con mujeres por primera vez, sino que se emocionaron hasta las lágrimas por la victoria.  “Ahora lo entendemos”, como lo mencionaron e inclusive que el concurso de este año era tan importante para ellos como la Copa del Mundo.

Sus seguidores tampoco eran sólo nicaragüenses—cuando la declararon ganadora, todo el estadio se puso en pie, y otras competidoras que representaban a países de todo el mundo la abrazaron y parecían realmente extasiadas por su victoria, una muestra de hermandad que nunca antes había visto yo.

El certámen fue histórico en otros aspectos, ya que por primera vez contó con dos mujeres transexuales (Miss Portugal y Miss Países Bajos), las primeras mujeres casadas y madres (Miss Guatemala y Miss Colombia) y la primera modelo de tallas grandes (Miss Nepal). Antes de que los derechos del concurso fueran adquiridos en 2022 por una mujer transgénero tailandesa, la empresaria Anne Jakrajutatip y se revisaran las reglas, las madres y las mujeres casadas o divorciadas ni siquiera podían competir.

Aun cuando el concurso sigue siendo una competencia de belleza, ha crecido hasta significar mucho más de lo que representó en sus inicios y en el tiempo en que fue propiedad de Donald Trump. El certámen se ha convertido en una afirmación mundial de que el hecho de no encajar en una determinada talla o procedencia no significa que no seas bella o que no puedas alcanzar tus sueños.

La victoria de Palacios este año me conmovió por lo mucho que me pude conectar con su propia trayectoria.

Aquí estaba una mujer de 23 años, siendo completamente franca sobre sus humildes comienzos vendiendo comida en las calles para poder completar su educación mientras perseguía sus sueños ascendiendo en las filas de varios concursos de belleza desde que cumplió sus 15 años. Cuando su madre emigró a San Francisco –donde yo también vivo—, Palacios se convirtió en el principal sostén de su familia mientras trabajaba para graduarse de la universidad.

Me vi reflejada en su lucha, ya que recientemente obtuve mi maestría en trabajo social y ahora estoy trabajando para convertirme en Trabajadora social clínica certificada, habiendo recibido este mes mi número de la Academia de trabajadores sociales acreditados del estado. Aun cuando me quedé en la ciudad con la esperanza de asistir a San Francisco State mientras seguía trabajando, la inscripción para mi programa allí se vio afectado y tuve que matricularme en CSU (Universidad estatal de California) en  Stanislaus, a más de 100 millas al sureste en la ciudad de Turlock.

Como no tenía coche, tuve que hacer un viaje de cuatro horas en tren tres o cuatro días a la semana durante la pandemia para poder hacer realidad mi sueño. Lo hice, y ahora estoy trabajando para completar mis horas de práctica y acreditar mis exámenes del estado de California.

Al igual que Palacios, yo también estoy luchando para hacer aportaciones para la comunidad y representar positivamente a mi gente –ya que mi objetivo es trabajar con la población latina para apoyar la salud mental de la comunidad aquí en San Francisco-. Cuando ella ganó fue una afirmación para mí de que yo podía ser a la vez fuerte y femenina, siempre y cuando esté enfocada en el impacto que quiero tener en el mundo.

También me conmovió mucho la franqueza con la que Palacios habló de su propia salud mental. Cuando los entrevistadores le preguntaron durante el concurso cómo se sentía, compartió sus propias experiencias con la ansiedad, inclusive mencionó un ataque de ansiedad que sufrió y que pudo superar con ejercicios de respiración durante el certámen.

Un entrevistador le preguntó a Palacios –excepcionalmente, ella respondió a todas las preguntas en español—acerca de cuál creía que era la esencia de la humanidad, y ella dijo que era la humildad y estar agradecida por las pequeñas cosas de la vida (que es algo que yo también digo a menudo a mis amigos y familiares). Este fue el momento en que supe que ella iba a ganar.

Creo que muchos de los que estaban viendo a esta mujer quedaron impresionados por su humildad y la dignidad con que se mantuvo al ser tan sincera sobre sus orígenes y sus continuas luchas, sin dejar de ser un ejemplo estelar para su pueblo.

En otro momento del concurso, Palacios dijo que una buena representación de la mujer nicaragüense es la frase “la fuerza de un volcán”—lo que me sorprendió, ya que es una frase con la que me identifico y que ya había escrito en mi propia cuenta de redes sociales. Me recuerda que nuestro origen no nos impide alcanzar tus sueños.

Mientras trabajo para hacer realidad lo que me propongo, nunca olvido de dónde vengo.

Michelle Fonseca vive en San Francisco, donde espera hacer trabajo social en apoyo de la comunidad latina de la ciudad.

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